domingo, 12 de abril de 2009

por acá va a pasar el asfalto


Por acá va a pasar el asfalto.

(Por Ruben guirland)
Por acá va a pasar el asfalto- le avisaron a Tomás.
Don Tomas no entendió, o no quiso entender de qué se trataba. Se limitó a “liar” su cigarro y se guardó su pensamiento. Como si dentro del cigarro depositara todas sus emociones.
37 grados a la sombra, calor que raja la tierra.
Unos muchachos de camisa gris y corbata oscura, carpeta en mano, rastrillan el lugar para censar a sus ocupantes.
Lugar tranquilo, silencioso. Solo algunas gallinas sueltas cacarean, ladridos esporádicos de algún perro flaco, hacen a la rutina del lugar.
Allí vive gente mayor, ancianos de condición humilde. Gente sencilla, que ya hace tiempo perdieron las fuerzas para gambetear a la pobreza. Y sin otro recurso, se amigaron con las necesidades cotidianas.
Nunca aprendieron a defenderse con palabras.
Antes no había necesidad, no hacía falta aprender a defender lo que a uno le pertenece por generación.
La existencia era más mansa, respetuosa y servicial.
“Pobres diablos”-murmura para su compañero de tarea uno de los censistas-en referencia a los ocupantes de la tierra.
“Hum”—contesta el otro-, quizás menos sensible, o solo menos observador de la situación.
Producto del censo, tarea de rutina en la semana que cambiará la tradición de esos pobladores.
Solo son visitados para los censos, en época de elecciones
O cuando alguna enfermedad endémica preocupa o molesta a la gente, porque puede propagarse al centro, y hay que buscar el origen.
Y ahora viene la expulsión.
Pero el censo no es una causa es un efecto, una consecuencia.
Entonces porque le duele realizar aquel trabajo: solo censar .
La carpeta azul bajo el brazo, pesa, empujado por la conciencia de lo que no es culpable, ni inocente.
Está afuera de las decisiones, pero también adentro. Porque se encuentra dentro del sistema. Deben ser censados todos, para erradicarlos.
Para que el sistema lo reubique en algún lugar que ellos jamás eligieron.
Pobres desterrados.
Pesa la carpeta.
Pesan las preguntas.
Duelen las repuestas..Entrecortadas. Como un suspiro de la existencia.
Pobre gente.
Cuantas historias…Recuerdos…
Reubicarlos.
Muchos de los pobladores ya son muy viejos, para eso. Para comenzar de nuevo.
Entonces, como hacer?.
No censar.
Hacerlos invisible. Que no existen.
Así como siempre fueron invisibles para las autoridades. Nunca existieron para el reparto de las riquezas materiales, ni al momento de curar sus enfermedades.
O encontrar consuelo a sus tristezas por la partida de unos parientes a la capital, o al cielo.
O de un hijo en busca de un futuro mejor a un país lejano, de costumbres diferentes.
Nunca hubo contención.
El censista miró al cielo.
Como buscando una explicitación en el infinito.
Pero la repuesta no está tan alto. Esta aquí en la tierra. Entre los hombres.
La desigualdad es obra del hombre.
Ni siquiera del diablo.
El sudor del verano mancha la camisa del censista.
Sombra oscura en la camisa, igual que en la conciencia.
Pobre diablo.
El censado.

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