lunes, 8 de junio de 2009

volver al pasado


Un pueblito en la ruta de la infancia.


Un incontenible hormigueo en la panza y el aletear de miles de palomas me invade en el pecho con cada arribo. Miles de regresos y siempre la misma sensación.
Es que, volver a la cuna de la infancia nos despierta recuerdos, momentos…
Historias de ilusiones y realizaciones… de sueños ganados, consumidos, perdidos.
Porque en la ruleta de la existencia, todo tiene su precio y su recompensa; todo llega … todo pasa.
Pronto, el tiempo insobornable, testigo y juez, sin avisarnos nos arrebata la niñez con su garra nuestra inocencia.
A cambio, solo nos deja como migaja un montón de recuerdos. Nos arrebata y quedan sepultadas para siempre las bolitas, las pelotas de trapos; y las pandorgas vuelan cada vez más lejos, inalcanzables.
El progreso permuta la ruta enripiada por asfalto y el candil por el foco…
Ya la juventud llega muy apurada. Casi sin detenerse, empujado y apremiado por el designo del tiempo.
En el arrebato de nuestra juventud nos esconde nuestros amigos de infancia.
Nos borra de la memoria los nombres y hasta los rostros de los amigos de infancia, se diluye nuestros lugares de jugar. Nos martiriza con la ilusión del primer amor.
Es que aquel era otro tiempo, diferente.
Ahora a aquel tiempo ya viejo lo empuja otro tiempo; nuevo, más joven y con menos paciencia.
Este apura todo.
Amor y amar, el torbellino de la incertidumbre, sufrir y reír. El arco iris de la felicidad palpar un segundo y después resignar… sufrir una despedida pautada por el tiempo.
Después despertarse, súbitamente.
Ser adulto, grande, padre.
Y volver al comienzo.
Al inicio de la historia.
Preguntarse en que gastó uno su historia.
Única, irrepetible. Pero paradójicamente igual a todas. Porque, a pesar de que todas las historias son diferentes, al final el tiempo las iguala, las empareja.
Y entonces con cada regreso los recuerdos se amontonan cada vez más fuerte.
Se visten de nostalgias para venerar los momentos de niñez, de amigos y amores de adolescentes.
Después, el sentimiento cambia de ropaje para vestirse de gala con la tristeza de la imagen de nuestros padres, ya arrugados de beber tantos soles, de tantas primaveras y otoños compartidos.
Y se producen los aleteos dentro del pecho, se nubla la memoria de tantos recuerdos acunados, se juntan y se amigan la nostalgia y la angustia para recibir a la alegría.
Solo por unos instantes, para recibirme en aquel pueblito de mi infancia.
Y yo lo recibo con gozo. Después de todo, la felicidad esta hecha de momentos.
Y lo abrazo con infinita ternura, esos momentos de dulces recuerdos al llegar a mi pueblito.
Me bebo todos los recuerdos, ansió retenerlos en el tiempo, en cada retorno al pueblito de mi infancia.

Ruben Guirland