sábado, 18 de abril de 2009

el árbol y don Simón


El árbol y don Simón
Simón se recostó contra el tronco de aquel árbol solitario del costado del camino. “Solo déjame descansar un poco”- murmuró. Como pidiendo permiso o justificando su actitud al árbol.
O quizás, muy dentro suyo, pidiendo perdón o renegando contra el tiempo.
El camino serpenteante y caliente levanta polvareda en protesta por las heridas que sufre al paso de los camiones, que en un desfile interminable trasportan soja.
Polvareda roja, que todo lo tapa, que asfixia, que desespera. Polvo rojo, como sangre.
“Sangre en polvo” divaga en su soledad don Simón.
Con su mirada sigue el trayecto del camión, que pronto se pierde en una curva, dejando solo la estela de polvo flotando en el aire.
Allá arriba, el sol radiante que quema es testigo y protagonista.
Una bocanada de aire vomita el sol, se dispersa en la danza de un baile caliente antes de alejarse y desaparecer.
“Aliento del diablo”.
Solo el árbol, con su sombra produce el milagro de algunas tenues y mezquinas brizas.
Los pies descalzos y callosos de don Simón conocen ese camino que recorrió una y mil veces. Desde siempre.
La profundidad de cada rajadura de su talón conoce marca el tiempo. Marcas indelebles y testigos presentes del paso del tiempo.
De otros tiempos, de infancia; del paso lento del tiempo
De carretas. De quietud
Historias de otros tiempos; que se desplazaban en velocidad mucho más lenta, sin apuros. Sin que lo corran, sin fatiga. Como ahorrar o frenar el paso seguro del viaje.
Era cuando se viajaba a pie, en carreta. O a caballos.
Y había oportunidad para verlo pasar, muy lento. Sentirse acompañado durante todo el trayecto. Tomar conciencia
Era otro tiempo.
Y hasta era posible, si uno presta atención, pillarlo detenerse algunos instantes, antes de seguir su camino.
Antes había suficiente.
Don Simón, recuerda con nostalgia su carreta. Ya no es útil como antes. Arrastrado por los bueyes ya resulta muy lenta.
Porque, ahora, este tiempo se mueve rápido.
Recuerda todo eso. La carreta y el trasporte; hasta la ruta del algodón, del maíz.
El árbol en un susurro, mece sus hojas verdes con la briza como acunando a aquel visitante que conoce desde su infancia.
De su descanso obligatorio, casi como un ritual desde sus primeros pasos de niño, camino a la escuela rural.
Es cierto, muchas veces se sintió lastimado por los cascotazos que le propinaba para bajar su fruta.
Pero eran cosas de niños.
Después ya adolescente él, le lastimó el tronco con un cuchillo, dibujando un corazón con dos iníciales adentro.
Pero igual le perdonó. Porque era por amor, y el árbol se sentía fuerte para resistir esa herida, que ahora parece borrada por el tiempo
Pero ahora es diferente.
El tiempo también ha dejado huellas en el árbol.
Ahora, quien le dice a don Simón que despierte. Quien le avisa que a muy poca distancia, ese ronroneo que se escucha cada vez mas fuerte y cercano, es de una topadora.
Todo pasó muy rápido
El árbol cayó de cuajo ante la embestida de la maquina de acero.
Sus raíces desnudas, ahora miran al cielo.
Don simón, nada pudo decir o hacer, solo se alejó balbuceando, como un perro asustado.
Pasó el tiempo, el árbol ya no está.
A don Simón también se lo llevó el tiempo.
Dicen la gente del lugar, que a veces en la época de sequia, que cada vez es más recurrente, es muy común observar en el lugar levantarse un susurrante torbellino de polvo.
Pronto se levanta otro silbante torbellino para fundirse con el primero en un abrazo.
Luego, empujado por el viento se aleja fundiéndose en uno solo, perdiéndose hacia los pastizales.
Muchos aseguran que es alma de don Simón. Otros dicen que es la congoja del árbol derribado. Los que creen que los arboles también tiene alma, aseguran que son las almas solitarias que se encuentran.
El alma de don Simón y la del árbol. Eso creen la gente del lugar.

1 comentario:

Novo Rodeio dijo...

Hermoso relato, nos encantó.
Somos los brasileños dueños de la Churrasquería Novo Rodeio de Encarnación.
Saludos.