jueves, 20 de septiembre de 2007

Esperando el premio


Los días miércoles libre para hacer el amor
En Rusia te dan un premio si faltas un día al trabajo para hacer el amor
El único requisito para ser agraciado con el premio, es que la mujer dé a luz nueve meses después.
El premio puede ser un televisor, una heladera; hasta un coche. Con esta “promoción” Rusia intenta aumentar la natalidad.
El gobierno de Rusia esta preocupado porque la población disminuye 700.000 personas por año.
“Y no importa si es niño o niña” Aclara Yelena Yakovleva de la oficina de prensa de la administración de la provincia de
Ulyanovsk

miércoles, 19 de septiembre de 2007

la chapa patente antigua y caduca


Automovil con chapa patente caduca (de la provincia de Buenos Aires) en la Costanera en plena exibición con los moviles policiales OKm.

Este automóvil quedó aprisionado entre tantos móviles policiacos. ¿Se habrán percatados los celosos guardianes municipales, de la caducidad de la chapa patente que ostenta este vehículo? Como andará de las "otras minucias" como ser: pago del seguro, patente automotor, la revisión técnica vehicular...

El cuento del UrÚ


Rafael Miranda: de oficio pescador

Rafael Miranda observa el rio lechoso y amarillento. Pescar algún bagre resulta cada vez más difícil. Un pacú o surubí ya sería casi milagro. Dicen que es por el muro que pusieron en el rio para frenar el agua. En ese lugar, sobre el paredón pusieron maquinarias que (dicen) lleva electricidad a la ciudad.
Aquí a más de 30 leguas del muro, el agua llega mansa, como cansada. Lenta, como si le costara respirar. Los peces escasean cada día más, ahora aparecen a menudo flotando sobre el agua.
Rafael Miranda tira como de costumbre su “liñada” desde su canoa.
“Hay poco viento, por ahí tengo suerte piensa”, mientras ensarta una miñoka en su anzuelo.
A esta hora, los rayos del sol llegan oblicuos y dejan un reflejo sobre la superficie, como una membrana de plata sobre el agua.
Media mañana de un enero caliente en el litoral.
Dicen que van a hacer más muro para el agua.
Para llevar más electricidad. Muchos intendentes de los pueblos ribereños están entusiasmados. Hasta compiten por el lugar, para que vengan a poner el paredón.
Todos quieren que corten el agua frente a su pueblo.
“Es bueno para el progreso”, dicen.
“Carajo” – masculla Rafael. “Yo solo veo cables gruesos, que se van. Que se pierden en la distancia”.
Hasta el monte han mutilado, cortando los arboles para poner unos enormes postes de metal que llevan colgados unos manojos de cables gruesos (que parecen esqueletos) tomados de las manos en un abrazo de miles de voltios.
Con el silencio, cuando no hay viento, como ahora, se escucha el zumbido que producen esos cables estirados.
Rafael Miranda presta atención al sonido, mientras observa la hilera de columnas metálicas que se pierden en la distancia, más allá del monte. Partiendo el bosque por la mitad.
“La electricidad se va”- pronuncia en vos alta. Como dirigiéndose al río, en busca de justificación, mientras manosea del fondo la canoa su petaca con caña.
El río que antes fuera límpido e impetuoso, ahora baja lento y sucio. Turbio, sangrante y hemorrágico.
Que fuera ruidoso, ahora resbala silencioso.
“Estamos jodidos. Con los paredones que te frenan, parecen para fusilamiento”.
Rafael Miranda, habla solo. Pero siempre habla en plural, porque en su soledad nunca se sintió solo. El sabe que el río le escucha, y el entiende el murmullo del agua. Conoce el lenguaje del agua. Sabe cuando está alegre o embravecida.
Por eso, le duele el silencio. Le lastima cuando el río desciende mudo. Despacio. Como ahora.

A 200 Km unos expertos están estudiando donde ubicar la próxima represa. El río no puede defenderse. Por eso ahora viaja mucho más lento y callado. Porque está dolorido, enfermo.
Rafael Miranda no deduce ni sabe revelar la causa. Los ingenieros si saben la causa.
En su anzuelo picó un pez. Un joven bagre barrigudo, que se entregó sin luchar. Rafael Miranda lo liberó del anzuelo y lo devolvió al agua. Como un tributo, a aquel río que tanto le dio y siempre pidió muy poco. Casi nada, solo que lo dejen existir.
Miró el agua, sucia y amarillenta.
El espejo le lastima la vista; la quietud silenciosa le quiebra el alma.
Una pena infinita lo ahoga por aquel condenado, ahora enfermo y moribundo.
“Estamos jodidos”- pegó un grito, como un lamento. Esta vez, sabía que estaba solo.