Ya no somos los mismos de entonces.( amor de primavera)
Por Ruben Guirland
A veces sueño con mi pasado.
Entonces, en escenas difusas, el inicio de mi adolescencia lo hago realidad.
Mis primeros pasos en la secundaria.
Se me borran los nombres y rostros de los primeros compañeros
La figura de algunos profesores se dibuja imprecisa, igual que las horas de clases.
¿Que será de la vida de tantos compañeros?. Por entonces niños, en el umbral de la adolescencia, todos empujados por sus propios sueños y esperanzas.
Se suceden los recuerdos del colegio, las tertulias, las kermeses; el cine y las películas del lejano oeste.
Y la emoción incontenible de conocer por primera ves el significado de la palabra: amor.
Y aquella niña de encanto sin igual. Un amor correspondido.
Con un “te quiero” me pincela el arco iris de la esperanza, en un universo que no alcanza para contener tanto amor
La existencia gana una motivación diferente, única, donde se conjuga la nostalgia del otoño con la felicidad de la primavera.
Los deseos y sueños son iguales: volver a aquel rostro una y mil veces. Sentir la tibieza de su piel, la dulzura de su mirada.
Estar enamorado es, conocer que el instante de la espera es eterno y vacio, el estar juntos es un cántaro que nunca se llena.
Besos fugases robados, que en el tiempo serán inmortales. Eternos.
La conciencia de amar lo prohibido y perdido. Lo fugas, efímero.
Las flores de primavera, la vida de una mariposa, el globo de un niño, la pandorga; son irremediablemente, desesperados aleteos de paloma solitaria en la oscura tormenta de la existencia.
Palpitar que ese amor es prohibido. Los niños adolecentes (de entonces) no deben amar, son muy jóvenes para saber amar, dicen los mayores.
Y un día de verano la despedida.
La congoja infinita ante la certeza, de que aquel adiós es el final. De perder para siempre la figura de aquella princesita.
Pero en la noria del tiempo todo llega y todo pasa.
La tierra peregrina y viajera me recuerda que han pasados muchas primaveras y otoños.
Y hoy el destino me ofrece la posibilidad de volverla a ver.
Siento en el corazón el aleteo de miles de palomas. Y esta incertidumbre por el reencuentro.
Para reencontrarme con esa mirada que tanto amé, solo debo llegar al lugar indicado,
Pero en el laberinto de mis pensamientos sé que eso no puede ser. No debe suceder.
El tiempo me dice que yo ya no soy aquel niño adolecente.
Los dos hemos cruzados en el tiempo destinos, sueños y fantasías, pero por puertas diferentes.
Mis cabellos blancos me dicen que ya no soy, ni somos los mismos de entonces.
Y esta realidad me dice lo infinito que seria mi pena al reconocer a una mujer mayor; la que sin ser culpable, le ha robado toda la juventud a aquella niña que yo conocía. Y amaba
Por eso, prefiero no encontrarme con esa mujer.
Por que si la encuentro solo le preguntaría: Que sabe de aquella niña que tanto ame.
Y es probable que ella también me haga la misma pregunta.
Y quizás los dos no encontremos la repuesta… aunque los dos los sabemos.
Por Ruben Guirland
A veces sueño con mi pasado.
Entonces, en escenas difusas, el inicio de mi adolescencia lo hago realidad.
Mis primeros pasos en la secundaria.
Se me borran los nombres y rostros de los primeros compañeros
La figura de algunos profesores se dibuja imprecisa, igual que las horas de clases.
¿Que será de la vida de tantos compañeros?. Por entonces niños, en el umbral de la adolescencia, todos empujados por sus propios sueños y esperanzas.
Se suceden los recuerdos del colegio, las tertulias, las kermeses; el cine y las películas del lejano oeste.
Y la emoción incontenible de conocer por primera ves el significado de la palabra: amor.
Y aquella niña de encanto sin igual. Un amor correspondido.
Con un “te quiero” me pincela el arco iris de la esperanza, en un universo que no alcanza para contener tanto amor
La existencia gana una motivación diferente, única, donde se conjuga la nostalgia del otoño con la felicidad de la primavera.
Los deseos y sueños son iguales: volver a aquel rostro una y mil veces. Sentir la tibieza de su piel, la dulzura de su mirada.
Estar enamorado es, conocer que el instante de la espera es eterno y vacio, el estar juntos es un cántaro que nunca se llena.
Besos fugases robados, que en el tiempo serán inmortales. Eternos.
La conciencia de amar lo prohibido y perdido. Lo fugas, efímero.
Las flores de primavera, la vida de una mariposa, el globo de un niño, la pandorga; son irremediablemente, desesperados aleteos de paloma solitaria en la oscura tormenta de la existencia.
Palpitar que ese amor es prohibido. Los niños adolecentes (de entonces) no deben amar, son muy jóvenes para saber amar, dicen los mayores.
Y un día de verano la despedida.
La congoja infinita ante la certeza, de que aquel adiós es el final. De perder para siempre la figura de aquella princesita.
Pero en la noria del tiempo todo llega y todo pasa.
La tierra peregrina y viajera me recuerda que han pasados muchas primaveras y otoños.
Y hoy el destino me ofrece la posibilidad de volverla a ver.
Siento en el corazón el aleteo de miles de palomas. Y esta incertidumbre por el reencuentro.
Para reencontrarme con esa mirada que tanto amé, solo debo llegar al lugar indicado,
Pero en el laberinto de mis pensamientos sé que eso no puede ser. No debe suceder.
El tiempo me dice que yo ya no soy aquel niño adolecente.
Los dos hemos cruzados en el tiempo destinos, sueños y fantasías, pero por puertas diferentes.
Mis cabellos blancos me dicen que ya no soy, ni somos los mismos de entonces.
Y esta realidad me dice lo infinito que seria mi pena al reconocer a una mujer mayor; la que sin ser culpable, le ha robado toda la juventud a aquella niña que yo conocía. Y amaba
Por eso, prefiero no encontrarme con esa mujer.
Por que si la encuentro solo le preguntaría: Que sabe de aquella niña que tanto ame.
Y es probable que ella también me haga la misma pregunta.
Y quizás los dos no encontremos la repuesta… aunque los dos los sabemos.