jueves, 27 de marzo de 2008

ya no somos los mismos de entonces...


Ya no somos los mismos de entonces.( amor de primavera)
Por Ruben Guirland

A veces sueño con mi pasado.
Entonces, en escenas difusas, el inicio de mi adolescencia lo hago realidad.
Mis primeros pasos en la secundaria.
Se me borran los nombres y rostros de los primeros compañeros
La figura de algunos profesores se dibuja imprecisa, igual que las horas de clases.
¿Que será de la vida de tantos compañeros?. Por entonces niños, en el umbral de la adolescencia, todos empujados por sus propios sueños y esperanzas.
Se suceden los recuerdos del colegio, las tertulias, las kermeses; el cine y las películas del lejano oeste.
Y la emoción incontenible de conocer por primera ves el significado de la palabra: amor.
Y aquella niña de encanto sin igual. Un amor correspondido.
Con un “te quiero” me pincela el arco iris de la esperanza, en un universo que no alcanza para contener tanto amor
La existencia gana una motivación diferente, única, donde se conjuga la nostalgia del otoño con la felicidad de la primavera.
Los deseos y sueños son iguales: volver a aquel rostro una y mil veces. Sentir la tibieza de su piel, la dulzura de su mirada.
Estar enamorado es, conocer que el instante de la espera es eterno y vacio, el estar juntos es un cántaro que nunca se llena.
Besos fugases robados, que en el tiempo serán inmortales. Eternos.
La conciencia de amar lo prohibido y perdido. Lo fugas, efímero.
Las flores de primavera, la vida de una mariposa, el globo de un niño, la pandorga; son irremediablemente, desesperados aleteos de paloma solitaria en la oscura tormenta de la existencia.
Palpitar que ese amor es prohibido. Los niños adolecentes (de entonces) no deben amar, son muy jóvenes para saber amar, dicen los mayores.
Y un día de verano la despedida.
La congoja infinita ante la certeza, de que aquel adiós es el final. De perder para siempre la figura de aquella princesita.
Pero en la noria del tiempo todo llega y todo pasa.
La tierra peregrina y viajera me recuerda que han pasados muchas primaveras y otoños.
Y hoy el destino me ofrece la posibilidad de volverla a ver.
Siento en el corazón el aleteo de miles de palomas. Y esta incertidumbre por el reencuentro.
Para reencontrarme con esa mirada que tanto amé, solo debo llegar al lugar indicado,
Pero en el laberinto de mis pensamientos sé que eso no puede ser. No debe suceder.
El tiempo me dice que yo ya no soy aquel niño adolecente.
Los dos hemos cruzados en el tiempo destinos, sueños y fantasías, pero por puertas diferentes.
Mis cabellos blancos me dicen que ya no soy, ni somos los mismos de entonces.
Y esta realidad me dice lo infinito que seria mi pena al reconocer a una mujer mayor; la que sin ser culpable, le ha robado toda la juventud a aquella niña que yo conocía. Y amaba
Por eso, prefiero no encontrarme con esa mujer.
Por que si la encuentro solo le preguntaría: Que sabe de aquella niña que tanto ame.
Y es probable que ella también me haga la misma pregunta.
Y quizás los dos no encontremos la repuesta… aunque los dos los sabemos.

domingo, 23 de marzo de 2008


La hora del cine. ( por Ruben Guirland)

Aún me quieres ?. Le murmuré en un susurro al oído, mientras mis labios rozaban la suavidad de su mejilla.
La oscuridad de la sala del cine confabulaba e invitaba al abrazo y las tiernas caricias,
Influenciado por la escena de amor y mientras su cabellera color miel jugaba con mi rostro, era imposible disimular aquel sentimiento.
¿Acaso pronuncié aquella oración bajo el influjo de la película? O fue el momento esperado, oportuno, decisivo para pronunciar las palabras guardadas, deseadas...y temerosas.
Pero debía vencer el miedo a la realidad, a la incertidumbre que nubla el razonamiento.
Causa o consecuencia.
Antes la frase ya pronunciada, en el tiempo eso pierde toda importancia. Es más carece de sentido.
Ella por repuesta dio vuelta la cara descubriendo mi ansiedad (aun en la oscuridad), poso sus ojos sobre mí, mientras sus labios abiertos en una tierna sonrisa rosaban suavemente mi frente. Quizás aquella fue el beso de la condena…
Después el silencio.
A seguir la escena de la película.
Ella tomó mi mano entrelazando nuestros dedos; me así a esos dedos mientras me caía irremediablemente en el precipicio donde reina el desconsuelo.
Solo resta aceptar, reconocer lo perdido, lo imposible. Pero, como pesa este sentimiento!!.Esta esta carga, esta cruz.
Este puñal!!.
Dicen que el tiempo cura todo. Y lo que el tiempo no cura, cura la muerte.
El regreso del cine fue en silencio.
"Estoy confundida, necesito tiempo"- fue lo ultimo que dijo mientras abría la puerta del auto…
Y esa, con un beso fugaz casi robado fue la despedida.
Un trueno anuncia la inminencia de la lluvia.
Lluvia.
Necesito para limpiar, desahogar esta pena.
El cielo o el inferno (o ambos) escuchan mi deseo.
Y se desata una tormenta con lluvia y granizo.
Toda la furia contenida arrasa con la ciudad, que
queda a oscuras, estremecida por un trueno.
Solo los faros de los automóviles dan luces a tantas tinieblas. Yo acelero a mil.
Necesito huir, escapar.
Las luces muy blancas de un automóvil cada vez más cerca me invitan a la libertad. Acelero desesperado buscando aquellas luces muy blancas, para escapar hacia la libertad. Después solo la nada.
Me espera el cielo, o el infierno.
53 años yo, 18 ella. Ahora es libre y yo viajo hacia la libertad.

Se murió de pobre


Inocencio se murió de pobre.
Se levanta la fina cortina de humo, perdiéndose hacia el cielo gris; contoneándose como una bailarina vestida de negra.
El humo, que en su desplazamiento juega con la imaginación, también recuerda la figura de una gigante serpiente, en su lenta huida hacia las alturas.
El olor rancio, mescla de humos de leños verdes, cartón y humedad, produce escozor y lagrimeos al único poblador de aquel miserable rancho.
Inocencio Flores, el morador que llegó hace mucho tiempo a aquel paraje, sabe que alguna vez cruzó el ancho rio. Para escapar del “cuartel” prefirió trabajar en “lo que sea”.
Recuerda, vagamente, que alguna vez tenia mamá en el Paraguay, padre nunca tuvo, nació un niño “chimbo”.
Eso rememora con nostalgia en soledad, cuando ayudados por el aguardiente y las polkas paraguayas que tienen la virtud de (o la desgracia) de resucitarles algunos recuerdos nunca bien enterrados.
A veces también le aletea en el corazón, esquivas reminiscencias de lejanas infancias que incitan migajas de alegrías. En su juventud siempre fue huidizo para el afecto. Siempre prefirió andar en yunta con la libertad para no quedar nunca atado a algún sentimiento. La libertad y la juventud eran sus compañeros. Pero él no sabía que la libertad tenía una hermana; que alguna vez vendría de visita para quedarse: la soledad.
Inocencio tiene ahora 53 años, pero aparenta muchos más por su cuerpo delgado, rostro arrugado y andar encorvado. Es que en el trayecto de la existencia se olvidó de un cómplice insobornable: el tiempo.
Ahora, ya viejo y sin fuerzas sin posibilidad de pagar tan alto tributo, solo sobrevive, gracias al milagro de seguir respirando.
Inocencio, que en su juventud caminó con el sol, la lluvia, el frio, el calor; el agua y el fuego; (todas armas de los dioses mitológicos), ahora debe acercarse a la ventanilla del dios de todos los dioses y pagar el último tributo; el más caro.
Y una fría noche de otoño, se cansó de respirar; su historia también se perdió con él en el tiempo.
Inocencio se murió de pobre.