miércoles, 23 de abril de 2008

Un pedacito de madera


La figura del tucán

La luz amarilla del semáforo y la prudencia me indican que debo aminorar la marcha, aunque el automovilista que me sigue no entiende así. Pronto me hace notar con sus señales de parpadeo de luces, para después acelerar y cruzar el semáforo… en rojo.
La señal roja, “pestañeante y desafiante” despabila mi instinto y me produce cierta culpabilidad por aquella detención.
¿La conciencia colectiva, esta adormecida?-pensé al advertir a una niña harapienta, que con sus pasos agiles se movía entre los autos que se iban agrupando en dos y hasta tres filas en el semáforo.
De cabellera negra y revuelta por el gélido viento, pronto se acercó a mi ventanilla, que yo tenia abierta a pesar de frio.
Depositó en mi mano una figura tallada en madera. Era la de un minúsculo tucán. Miré atontado aquella figura inerte. A mi mente el recuerdo de un libro que “Mi Cristo roto”.
“Me compra” -dijo la niña-Era una indiecita e unos diez años.
Mire aquella carita oscura y hermosa. Y en la obnubilación pronuncié la pregunta más tonta” ¿sabes hablar guaraní?”.
Ella, por toda repuesta me dice “si”.
En esa vocecita mis oídos percibieron el canto dulce y triste de los pájaros del monte misionero; mientras mi conciencia se desesperaba en ganar su simpatía.
Mire sus manitos. Y jugué con mi conciencia en algún intento de hacerle trampa de bautizarla con algún nombre de mi agrado
:mariposa de la selva, cristal de agua, luz de arco iris. O mejor en guaraní: mbaynumby*, heireté**, o de santo como tupasy mí***.
Su dulce mirada se cruzaron con la mía traspasándome el alma, mientras que, aquel pedacito de madera depositado en la palma de mi mano me quemaba la conciencia.
¿Cuánto vale aquel pedacito de madera?.
Y la repuesta es que tiene un valor impagable, inmensurable.
Y entonces me asaltan las culpas, todas juntas: las mías y las ajenas.
Por los montes arrasados, los animales sacrificados, el aire y el agua contaminados.
La religión robada y la cultura aplastada.
Por la desigualdad, el hambre, la enfermedad y las muertes previsibles.
¿Cómo ahogar esta conciencia colectiva?.
Tengo ganas de gritarle: “Yo no fui”
Pero sé que ese grito mentiroso y prohibido nunca saldrá de mi garganta.
Percibo la cruel realidad como una ruta de sentido único y sin retroceso, como la misma existencia, que me oscurece y aplasta la conciencia.
La luz verde del semforo me autoriza y obliga a circular. Por el espejo retrovisor diviso la figura de la indiecita, cada ves más pequeña y lejana, perdiéndose en el asfalto si el tiempo la trasportara al pasado.
Y entonces comparo su cultura, la que agoniza irremediablemente.
Quisiera regalarle su tiempo y sus contumbres.
Pronto la pierdo en la distancia con la manito levantada en señal de despedida…¿o de ayuda?.
Tal ves las dos cosas.

Ha pasado una semana de aquel suceso, cuando por casualidad encontré en el piso el auto tirado aquel tucán de madera.
Abandonado, sucio y pisoteado.
Lo levanté con el alma compungido, cual un pájaro herido o un “Cristo roto” .

En su figura triste y sucia vino a mí mente el recuerdo de aquella carita sucia y hermosa.
Pero nunca más la encontré.
Desde entonces el tucán no tiene dueño, ni precio porque no fue comprado ni regalado.
Y yo como testigo y depositario cargo con la cruz.
Un trozo de madera, una figura de tucán tallado.
Como el Cristo de madera del altar de mi iglesia.
Un Cristo agonizante clavado en la cruz, tallado en madera, igual que la figura del tucán que le robé a la indiecita, sin saber que le había robado.

Ruben Guirland
*picaflor
**miel de abeja
*** virgencita
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