martes, 2 de octubre de 2007

la memoria


por Guirland Ruben
El tiempo de cada existencia, se corre como blanca cortina de un teatro a punto de iniciar (o finalizar). A su paso va tejiendo historias, con matices de luces y sombras.
La memoria, en el espacio trascurrido, no es posible que cargue con todos los recuerdos; con todos los recolectados.
De muchos se desprende, en distintos tramos del camino… y recoge otros.
Por eso olvidamos muchas cosas; acontecimientos, sucesos, fechas.

Dicen que la memoria guarda los acontecimientos más importantes y va desechando los menos importantes.
Matamos y reconstruimos, todos los días, la historia de nuestra vida.
Pero ¿quien sabe el orden, quien decide lo que hay que borrar? Olvidar.
La memoria, muchas veces ayudado por la nostalgia, trata de recuperar “retazos” de momentos; olvidados y enterrados por el pasado.
Y es entonces el momento, (o los momentos) que uno decide, (o es obligado) a sentarse a la vera del recuerdo.

En algún instante, se hace tiempo, o le sobra tiempo. Para pensar.
Se hace tiempo; y el tiempo le hace pensar.
Y entonces juega a la escondida con el pasado. He intenta hacerle trampa.
… y hasta sobornarlo.
Reconoce (y hasta se anima) a estirar el sabor agridulce del pensamiento hacia el pasado, hasta donde los recuerdos llegan.

Pero, aunque la memoria discrimina, hay cosas que nunca olvidamos: la primera maestra, el primer amor…
O cosas que pereciera tan simple y sin importancia, como el olor de la lluvia o el pasto mojado. Una mirada, una despedida.

¿Sera que; en la simpleza de los hechos, está el misterio de la vida?
¿Será que; olvidar las cosas simples, es olvidar que uno está vivo?
Ignorar el milagro siempre presente en el abrazo esperado, en el “te quiero” aún no pronunciado.
La riza, la amistad.
Cosas pequeñas. Como el simple acto de respirar.
Mientras respira, estás vivo.
Pero si olvida (igual que las cosas simples), es probable que ya esté muerto.
Aunque respires.

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