jueves, 24 de julio de 2008

El mendigo


Mi libertad
Te dejo en libertad-me dijo.
Como si yo fuera un ave cautivo, un pájaro en jaula deseoso de volar.
Me soltó las manos y me dejó libre.
Ciertamente, soy un pájaro cautivo, pero de puerta abierta.
Como un ave, que a pesar de tener alas nunca aprendió a remontarse. No hacia falta, mi alimento estaba allí, era ella.
Ella sabe que la libertad es mi condena. Si me enseñó a beber la esencia de la vida en sus manos; de nada me sirve ahora la jaula abierta.
“Tú eres libre. Yo necesito mi espacio”- me dijo.
“Necesito distancia, para ordenar mis sentimientos”.
Han pasado muchos tiempos desde entones.
Me quedé libre.
Me quedé solo y sin saber volar, caí al precipicio.
Allí perdí todo, mi dignidad, mi alma, mi cuerpo.
La esencia, el sentido de la vida. Todos se desvanecieron con la libertad.
Ahora me alimento con migajas de recuerdos.
Ahora que tengo la edad de Cristo.
33 años.
Pero ciertamente, es la edad en que murió. Lo mataron.
Ahora lo recuerdo.
En esta noche estrellada, mientras intento dormir en este frío y duro banco de esta plaza.
Mi cuerpo adormecido ya se acostumbró a la intemperie.
De mi alma no puedo hablar, porque quizás ya me abandonó.
Solo juntaré un poco más de cartón, y si mi cuerpo no soporta el frio me uniré con los otros juntos al leño encendido.
Suerte que siempre consigo moneditas para comprar el alcohol.
Sirve para ahogar la angustia, adormecer los recuerdos de ella.
Y viajar al puerto de sus sonrisas, al calor de sus abrazos.
Ahora intentare dormir sobre este banco duro. Y si me ves dormido con una sonrisa entre los labios, no intente despertarme.
Porque entonces, habré aprendido a volar y vuelto a encontrar mi alma.
Por eso te pido, perro, mi fiel amigo no intente despertarme.
Porque, entonces habré abandonado este cuerpo de mendigo.

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